Sin estrés, no hay vida. O al menos no una
vida estimulante, enriquecedora, plena,
satisfactoria y llena de retos e ilusiones;
es decir, esa vida que todos deseamos para
nosotros y para los nuestros. Y, sin
embargo, cada vez que hablamos de estrés lo
hacemos en un sentido peyorativo. ¿Por qué?
Nos ocurre que relacionamos un momento vital
estresante con un estado de incontrolable
malestar, desbordamiento emocional, fatiga e
indefensión. Tan solo hablamos de estrés
cuando creemos que la realidad nos
sobrepasa, cuando hemos llegado a nuestro
límite.
Pero el estrés no es necesariamente
negativo. Al contrario, es la sal de la
vida. Estrés es ese estado de activación que
nuestro cuerpo experimenta antes de
enfrentarse a una situación novedosa o
retadora. O también cuando alrededor sabemos
que tenemos varios fuegos por apagar, cuando
nuestro entorno intensifica la cantidad o la
calidad de lo que nos demanda. Entonces la
ansiedad y muchas otras emociones complejas
se nos presentan de forma moderada. ¡No para
que huyamos! Sino para asegurarse de que nos
ocupamos de estas tareas con todos nuestros
recursos atencionales activos y funcionando
a pleno rendimiento.
El entorno profesional es, por excelencia,
el ámbito en el que mas probable es que
experimentemos estrés, porque es en el que
más expuestos estamos a numerosas y muy
variadas demandas. Además, el trabajo nos
importa. No solo porque es lo que nos
permite ingresar a fin de mes, también
porque en él residen numerosas posibilidades
de crecimiento y autorrealización. Nos
importa hacer las cosas bien y ambicionamos
con ser mejores.
Por eso es
también en el trabajo donde es más sencillo
que las demandas nos desborden, y que el
estrés asociado sea tan elevado que nos
supere. Según el Instituto Nacional de
Estadística, cerca del 60% de los
trabajadores sufre algún tipo de problema
psicológico asociado a una situación de
estrés en el trabajo. En el contexto laboral
vivimos sometidos a múltiples retos que van
sucediéndose en el tiempo, a veces incluso
sin que nos haya dado tiempo a analizar y
resolver los anteriores.
Todo parece ser igual de importante y
también igual de urgente, y ante la
percepción de nuestra incapacidad para
hacerle frente a todo lo que se nos viene
encima, nos bloqueamos, sufrimos, incluso
enfermamos. Aparece ese estrés al que
habitualmente referimos, el malo, el
desagradable. Se nos olvida el reto y nos
quedamos solo con las tensiones a las que
estamos sometidos. Pensamos que no
disponemos de recursos, de apoyo o de tiempo
suficientes para hacernos cargo de la
situación y controlarla.
Ese estrés
puede ser llegar a ser nefasto y causarte
problemas psicológicos mayores. Es también
la causa de que te sientas bloqueado y nada
productivo en el trabajo. Si no despliegas
nuevas habilidades y estrategias para
hacerle frente, estás en peligro. No en
vano, las bajas por ansiedad son de las más
frecuentes en nuestro país, y también en el
resto de países europeos.
¿Cómo hacer para gestionar el estrés
laboral una vez lo has identificado?
Ante cualquier
situación o experiencia estresante las
personas contamos con diversas habilidades
de afrontamiento. La psicología las pone a
nuestro servicio y después nos toca a
nosotros evaluar cuáles debemos utilizar más
a menudo, en función de nuestra experiencia
personal y de la naturaleza de las
situaciones que la vida nos obligue a
afrontar.
Identifica
la fuente: Muchas veces el estrés no
está directamente causado por el estímulo
más obvio. Puede que no sea el trabajo en sí
mismo el que te está llevando al límite sino
alguno de sus componentes: un compañero que
se aprovecha, el ambiente en un grupo, las
condiciones físicas de tu espacio o la
manera desagradable que un jefe tiene de
dirigirse a ti. Es posible que toda esta
situación sea más fácil de gestionar de lo
que parece, una vez sepamos cuáles son los
estresores reales a los que nos enfrentamos.
Prioriza: No todo es igual de urgente
y tampoco igual de importante. La mayor
parte de las situaciones de estrés laboral
se relacionan con una mala gestión de las
tareas cotidianas y una mala organización
del tiempo.
Asume tus
limitaciones y busca apoyo: ¿Por qué
dices sí cuando quieres decir no? Si no
puedes asumir mas tareas de las que ya
tienes sobre la mesa, sé sincero. Todo
entorno profesional tiende a ser competitivo
pero no por ello deja de ser humano. Alguna
vez puedes pedir ayuda, y alguna vez puedes
delegar.
Haz ejercicio regularmente: Canaliza
sanamente esa emoción llamada ansiedad que
teóricamente te pone a tono y te prepara
para la acción pero que en este caso se te
ha ido de las manos. La ansiedad se ha
disparado y a ella también hay que
permitirle vías adaptativas de canalización
y de liberación.
Aprende a
relajarte: Tomar conciencia de las
tensiones musculares y corporales que
acompañan fisiológicamente a todo proceso
emocional de estrés es fundamental. La
relación mente-cuerpo es en ese sentido más
indiscutible que en ningún otro. Existe una
correlación directa entre tensiones físicas
y tensiones emocionales. Intervenir en las
primeras ejerce también una placentera
influencia sobre las segundas.
Habla con tus compañeros y jefes: El
desahogo no solo viene de la mano de una
menor carga de trabajo, sino también de una
vía adecuada de expresión de tus emociones.
Ellos, desde tu mismo ambiente, no solo
pueden comprenderte mejor que nadie sino que
pueden servir de referencia y de
aprendizaje. No se trata de que te quejes
sino de que te apoyes en los demás para
identificar dificultades y generar
soluciones comunes.
No ocultes
tus emociones, vuélcate en los tuyos:
Ellos no pueden ayudarte directamente ni
tampoco es recomendable que el trabajo ocupe
el 100% de tus temas de conversación con
ellos, pero de ahí a esconderte hay un
abismo. Si tu familia y amigos cercanos
conocen cómo te sientes podrán comprender
tus reacciones, sabrán cómo acompañarte
mejor e incluso podrán compartir contigo
alguna herramienta o aprendizaje personal
que pueda ser de utilidad.
Delimita tu espacio, descansa y disfruta:
Otra de las mayores fuentes de estrés
laboral viene la mano de una incapacidad
para acotar los distintos escenarios
vitales. Trasladar preocupaciones de un
entorno a otro de manera constante genera
una incomodísima sensación de pérdida de
control. Es como si la situación en el
trabajo te persiguiera e invadiera cada
parcela de tu vida. Respeta tus horarios, no
respondas llamadas o emails fuera de esos
límites. Hazte cargo de las cosas solo
cuando toque. El resto del tiempo, si no
disfrutas de tu espacio personal y de ocio,
habrás perdido una oportunidad de relajar
tensiones y renovar fuerzas.
Si ninguna de
estas medidas te resulta eficaz entonces no
dudes en pedir ayuda. Será señal de que
todos estos aprendizajes deben ser
internalizados de manera mas personalizada,
adecuándose a tu estilo de personalidad y
modificando la actitud y los esquemas con
los que te enfrentas al trabajo.
Ana Villarrubia (Psicóloga)